Los “hijos de Elohim”
de Génesis 6


Y acaeció que comenzaron los Adam a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas. Viendo los hijos de Elohim que las hijas de Adam eran buenas [de aspecto], las tomaron para sí por mujeres de entre todas las que escogieron. … Los Nefilim estaban en la tierra en aquellos días –y también después de esto–, cuando entraron los hijos de Elohim a las hijas de Adam, y les engendraron a los potentes, los cuales desde la antigüedad [fueron] varones de nombre.

–Génesis 6:1,2,4–

La identidad de estos “hijos de Elohim” ha suscitado perplejidad y controversia, y existen distintas interpretaciones, tanto dentro del judaísmo como del cristianismo, acerca de quiénes pueden haber sido. De la misma manera, la naturaleza de los llamados Nefilim es sujeto de discusión. En este tratado analizaremos las principales posturas que se han presentado, considerando los argumentos que las sustentarían, así como las objeciones que las descartarían.
Antes de exponerlas, es útil precisar que la traducción propuesta en la introducción de este estudio responde literalmente al texto hebreo, del cual se ha estimado mantener inalterados los términos “Elohim”, “Adam” y “Nefilim”, dado que son éstas las palabras que en cada una de las posiciones se interpretan en manera diversa. De este modo, “hijos de Elohim” corresponde al hebreo “b’ney haElohim”, e “hijas de Adam” al hebreo “b’not haAdam”, en ambos casos se antepone –sea a Elohim que a Adam– el artículo determinativo “ha”, que puede ser tanto singular como plural.

En primer lugar, presentaremos las dos lecturas mayormente aceptadas en el judaísmo y en el cristianismo modernos, ambas fundadas sobre prejuicios y argumentos infantiles según razonamientos que parecen ser lógicos pero en abierto conflicto con el texto hebreo, y por último daremos a conocer la interpretación que fue única e indiscutida hasta terminado el Periodo del Segundo Templo, es decir, hasta fines del siglo I EC e inicios del siglo II EC, la cual es la sola lectura posible desde el punto de vista exegético.


• Interpretación que equipara a los b’ney haElohim o “hijos de Dios” con la descendencia masculina de Seth y las b’not haAdam o “hijas de los hombres” con la descendencia femenina de Caín:

Esta es la postura prevalente en el cristianismo, según la cual, el término traducido “hijos de Dios” haría referencia a los varones del linaje de Seth, mientras que adscribe a las “hijas de los hombres” la pertenencia a la estirpe cainita. Esta interpretación fue formulada por primera vez por Sexto Julio Africano –filósofo, historiador y apologista cristiano helenista del siglo II/III EC– y difundida por Agustín de Hipona –obispo católico del siglo IV/V EC–, también adoptada por los reformadores protestantes –siglo XVI EC–. Como literatura, el escrito más antiguo que sostiene esta tesis es “La cueva de los tesoros”, apócrifo cristiano del siglo IV EC. Los seguidores de ésta línea de pensamiento argumentan que tal deducción sería consistente con los capítulos del Libro de Génesis inmediatamente precedentes, es decir, 4 y 5, en los cuales se habla respectivamente de la descendencia de Caín, presuntamente malvada, y de la de Seth, supuestamente recta –aunque no hay sustento exegético para poder afirmar ni una cosa ni la otra–. Ésta posición carece de una explicación razonable sobre la naturaleza de los Nefilim, quienes podrían ser o no los mismos “varones de renombre de la antigüedad”, fruto de las uniones ilícitas de los dos grupos anteriormente mencionados. La dificultad en identificarlos resulta de una ambigüedad en la frase “y también después”, en la expresión “había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después, cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres”, la cual aparentemente daría a entender que ya estaban antes de que se produjeran las uniones mixtas, o bien es parentética y el enunciado “en aquellos días” se debe asociar a “cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres”. En cualquiera de los dos casos, ésta interpretación no justifica bíblicamente la existencia de los “gigantes”: si ya estaban sobre la Tierra, en qué momento habrían sido creados, y si son el producto de las uniones de dos descendencias totalmente humanas, por qué habrían de ser gigantes, o de alguna manera “héroes, valientes, varones de renombre”. Obviamente, no existe ninguna ley genética que justifique tal fenómeno, que el matrimonio entre un hombre recto y una mujer impía produzca hijos particularmente fuertes y capaces de realizar portentos, al punto de hacerse famosos por tales proezas.
Las razones para descartar esta teoría son abrumadoras:
- La idea de que los justos sean llamados “hijos de Dios” es neo-testamentaria, pero en las Escrituras Hebreas (TaNaJ), jamás se ha dado la denominación “b’ney haElohim” a seres humanos.
- La suposición de que la descendencia de Caín sea malvada se apoya en uno de sus descendientes, Lamec (Génesis 4:23-24) y que la de Seth sea recta en dos de ellos, Henoc (Génesis 5:23-24) y Noé (Génesis 6:8-9). En ningún modo la mención especial de estos hombres adjudica alguna virtud o defecto a toda su genealogía. Además, vistas las semejanzas de los nombres en ambas líneas (Cain/Cainán, Henoc/Henoc, Irad/Yered, Methushael/Methushelaj, Lamec/Lamec) también se podría deducir, con la misma escasa validez argumentativa, que ambos linajes se mezclaron desde el principio. En todo caso se trata de pura especulación.
- Esta postura limita la humanidad a dos únicas estirpes, la de Caín y la de Seth, ignorando que Adam tuvo otros hijos e hijas (Génesis 5:4). ¿Qué sería de las descendencias de los demás seres humanos? ¿En qué categoría entrarían?
- Si aplicáramos esta interpretación podríamos perfectamente parafrasear Génesis 6:2 como sigue: “viendo los hijos de Seth que las hijas de Caín eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas”… esto implica que solamente las cainitas eran hermosas, y las sethitas… ¿eran feas? Y si las cainitas eran bellas, ¿los hombres cainitas no eran asimismo apuestos, como para que también las hijas de Seth fueran tras ellos? ¿No había “hijas de Dios” que se unieran a “hijos de los hombres”? ¿Por qué estaría mal que un sethita tomara una mujer cainita, pero no viceversa? ¿Y los cainitas, al ver que los sethitas tomaban sus mujeres, se quedaban de brazos cruzados? ¡Entonces no debían ser tan malvados, sino más bien estúpidos!
- Si este pasaje se debiera interpretar como una mezcla entre varones de un linaje puro, justo y recto con mujeres de una estirpe malévola, ¿por cuál misterio genético tendrían hijos tan potentes, o incluso, de gran estatura? Hasta el día de hoy, ningún matrimonio entre un santo varón de Dios y una criminal, asesina, prostituta o perversa ha producido ningún superhéroe.
- Por último, las “hijas de los hombres”, en hebreo es “b’not haAdam”, es decir, “hijas del hombre” o “hijas de Adam”, lo cual implica a todas las mujeres de la humanidad, y no sólo a una parte de ellas. Tanto las hijas de Caín como las de Seth y de todos los demás hijos de Adam eran “b’not haAdam”, hijas de los hombres, las buenas, las malas, las bellas y las feas, todas.
Es evidente que la interpretación de los dos linajes, de Seth y Caín, es insostenible. Aun cuando Caín haya sido malvado –y no sabemos si Seth fue bueno–, podría haber tenido descendientes justos, y de la misma manera Seth, aun si hubiera sido recto, pudo tener descendientes impíos, y en mérito a esto existen muchos ejemplos reportados en la Biblia: los hijos de Elí (1Samuel 2:12), los de Samuel (1Samuel 8:3), los de David (Amnón, Avshalom, Adoniyah), los del Rey Josías, los propios hijos de Jacob no eran modelos de justicia, y de la misma manera, también hubo justos de la estirpe de Esaú (Job, Elifaz) y de otros pueblos sobre los cuales pesaba un anatema (Ruth, moabita, Urías, hetheo, Aravna, jebuseo, etc.), por lo cual, atribuir todas las virtudes a una progenie humana y todos los defectos a otra es irracional.


• Interpretación que sostiene que los b’ney haElohim son una casta de nobles, jueces y magistrados, y las b’not haAdam o “hijas de los hombres” son mujeres comunes, sin alcurnia:

Esta postura fue adoptada por una línea del judaísmo ortodoxo a raíz de un anatema pronunciado por Shimon bar Yojai (Rashbi - siglo II EC), luego apoyada por Shlomo Yitzjaki (Rashi - siglo XI EC) y por Nahmánides (Rambán - siglo XIII EC), la cual sostiene que el término “b’ney haElohim” se refiere a personajes de una categoría social elevada y con ejercicio de la autoridad. Si bien en esta opinión no hay conflicto con la identidad de las “hijas de los hombres”, las cuales serían las mujeres en general, atribuir el título de “b’ney haElohim” a una élite de hombres poderosos no tiene fundamento en la exégesis. Así como todas las mujeres son “b’not haAdam”, “hijas de Adam”, también todos los hombres son “b’ney haAdam”, “hijos de Adam”, y no existe razón alguna para que sean llamados “b’ney haElohim” aunque sean reyes o príncipes. Si bien la palabra “elohim” en hebreo puede ser aplicada a gobernantes y jueces (Éxodo 21:6, cf. Salmos 82:1,6), jamás se les ha denominado “b’ney haElohim” – no hay ni un solo texto en las Escrituras en el cual haya tal indicación. En Salmos 82:6 encontramos “b’ney Elyon”, “hijos del Altísimo”, y en Oseas 1:10 “b’ney El-Jai”, “hijos del Dios Viviente”, en referencia a personas, pero nunca “b’ney haElohim”. Tampoco tiene asidero argumentar que antiguamente a los reyes se les llamaba dioses o hijos de los dioses, porque si bien esto es cierto para los pueblos paganos, nunca se les llamó así en Israel, ni en los textos hebreos se les aplicó tal título a los reyes de otras naciones, ni a los de la antigüedad. Además, como no existe ningún motivo por el cual sea reprobable que hombres de las jerarquías superiores de la sociedad tomen mujeres del pueblo como esposas, los seguidores de esta teoría dicen –sin fundamento alguno en el texto bíblico– que el pecado de estos “nobles” consistía en la poliginia – tomando como base la bigamia de Lamec (Génesis 4:19), que supuestamente habría dado inicio a esta práctica. Sin embargo, no parece ser motivo suficiente como para que Elohim decida castigar a toda la humanidad con un Diluvio Universal. También Abraham, Jacob, David y otros hombres justos fueron polígamos, y no fueron ni siquiera reprendidos por ello. Arguyen, además, que estos “nobles” ejercitaban violencia y abuso de poder – ¿y por qué castigar a toda la humanidad, en vez de destruir solamente a esta élite de prepotentes? En cuanto a los Nefilim, esta interpretación privilegia el significado etimológico del término, “caídos”, “arrojadizos”, ya sea con el sentido de decadencia moral o bien de actitud violenta y agresiva. De igual manera que en la teoría expuesta anteriormente, no hay ninguna explicación genética que pueda dar sustento a la idea que de tales uniones entre potentes y plebeyas puedan nacer hijos particularmente destacados por su valor y heroísmo.

Existen otras teorías menos difundidas, las cuales son solamente variantes de las dos anteriormente descriptas, y así como estas, sin apoyo escritural, y también hay algunas aún más fantásticas que no merecen ninguna consideración. Todas son, substancialmente, especulativas y no concuerdan en todo o en parte con el texto hebreo.
La única interpretación que no altera el sentido propio y específico de cada uno de los términos presentes en el pasaje es la que se sostuvo desde el principio y hasta concluido el periodo del Segundo Templo, corroborada por todos los textos extra-bíblicos producidos en aquel tiempo y por todos los exégetas de aquella época, la cual pasaremos a considerar a continuación.


Los “Adam” y las “b’not haAdam

No hay duda alguna que la palabra “Adam” representa no sólo al primer hombre, sino a los hombres en general. En hebreo, el término “ben Adam” no suscita ninguna perplejidad al respecto. En Génesis 6:1 dice: “Y acaeció que comenzaron los Adam (hombres, seres humanos) a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron b’not (hijas)”. Estas son quienes en las menciones sucesivas son llamadas “b’not haAdam”, “hijas de Adam”, por consiguiente, “mujeres”, “personas de sexo femenino”. Así como el vocablo “Adam” incluye a todos los hombres en cuanto todos descendemos del mismo Adam, también la expresión “b’not haAdam” comprende a todas las mujeres y no puede, en ningún caso, limitarse sólo a una parte de ellas, pues todas son descendientes de Adam – la definición implica en sí misma la condición de humanidad como tal, de la cual todas las mujeres son partícipes.

“Entonces Elohim dijo, «Hagamos a Adam a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza:». Elohim creó a Adam a Su imagen; a la imagen de Elohim lo creó; varón y hembra Él los creó” – Génesis 1:26,27.
“En el día que Elohim creó a Adam, Él lo creó a imagen de Elohim. Los creó varón y hembra, y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adam, en el día en que fueron creados” – Génesis 5:1,2.

Es suficientemente claro: Elohim llamó el nombre de ambos, el varón y la mujer, “Adam”. Por lo tanto, toda persona, independientemente de su sexo, es “Adam” – y así es como se debe entender esta palabra, la cual indica la naturaleza humana del ser al cual se le asigna.

Los “b’ney haElohim

La denominación “b’ney haElohim” se contrapone a la de “Adam” y “b’not haAdam”, destacando una naturaleza distinta y ajena a la del primer hombre Adam y a toda su descendencia. Los “b’ney haElohim” no son “b’ney haAdam”, son otra especie. Veamos el uso de esta definición en todos los pasajes de las Escrituras Hebreas, además de esta mención en Génesis:

“Y hubo un día que vinieron los b’ney haElohim a presentarse delante de YHVH, y vino también Satán entre ellos”
“Y hubo un día que vinieron los b’ney haElohim a presentarse delante de YHVH, y vino también Satán entre ellos, a presentarse ante YHVH”
– Job 1:6; 2:1.

“¿Dónde estabas tú cuando Yo fundaba la tierra –Decláramelo, si tienes conocimiento– … cuando cantaban juntas las estrellas de la mañana, y se regocijaban todos los b’ney Elohim?” – Job 38:4,7.

“… y el aspecto del cuarto es semejante al de un bar Elahin” – Daniel 3:25.
(“bar Elahin” es en arameo, equivalente a “ben Elohim” en hebreo).

Es evidente que en Job se está hablando de seres celestiales, convencionalmente llamados “ángeles” – aunque esta palabra no definiría a todas las diferentes categorías de ellos, entre los cuales hay malajim, serafim, kerubim, hayyot, ofanim, vigilantes, cada una de estas denominaciones corresponde a una orden distinta de “b’ney Elohim”, e incluye a aquellos que son reputados como “rebeldes” o “caídos”, pues también está Satán en ese grupo general. Son los únicos seres que podían estar presentes en el momento en que Elohim fundaba la Tierra (Job 38:4,7). En Daniel 3:25, si bien quien habla es el rey Nabucodonosor y no un israelita, se entiende que el concepto de “bar Elahin” o “ben Elohim” se refiere a un ser no-humano, de origen divino o celestial.
Por lo tanto, no subsiste ningún motivo por el cual se pueda dar una acepción diferente al término “b’ney haElohim” usado en Génesis, sino la misma que es consistente con los demás textos bíblicos, y alude a seres de naturaleza empírea, o por lo menos, no-humana. Implica creación directa de Elohim, no por generación humana, y de la especie a la cual pertenecemos sólo el primer hombre lo fue:

“Y dijo Elohim: Hagamos a Adam a nuestra imagen (tselem), a nuestra semejanza (d’muth)” – Génesis 1:26.
“En el día que Elohim creó a Adam, a semejanza (d’muth) de Elohim lo hizo” – Génesis 5:1.

Pero luego, el hombre:

“Y vivió Adam ciento treinta años, y engendró [un hijo] a su semejanza (d’muth), a su imagen (tselem), y llamó su nombre Seth”
– Génesis 5:3.

Los hijos del primer hombre nacieron conforme a su propia imagen y semejanza, no como Adam, que fue hecho a imagen y semejanza de Elohim. Por lo tanto, todos sus descendientes son b’ney haAdam / b’ney Adam, a imagen y semejanza de Adam, y no b’ney haElohim / b’ney Elohim.
Los cristianos objetan que los ángeles no pueden tener relaciones carnales con seres humanos, basándose en los siguientes pasajes del Nuevo Testamento:
“Porque en la resurrección, ni los hombres tomarán mujeres, ni las mujeres marido; mas son como los ángeles de Dios en el cielo” (Mateo 22:30); “Porque cuando resucitarán de los muertos, ni se casarán, ni serán dados en casamiento, mas son como los ángeles que están en los cielos” (Marcos 12:25) y “Mas los que fueren tenidos por dignos de aquel siglo y de la resurrección de los muertos, ni se casan, ni son dados en casamiento: Porque no pueden ya más morir: porque son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, cuando son hijos de la resurrección” (Lucas 20:35-36).
Estas afirmaciones en efecto no disminuyen mínimamente la evidencia, puesto que hablan de una condición que los ángeles, y los redimidos, observan “en el cielo”, no sobre la tierra, y se refieren específicamente al casamiento –puesto que todas las acciones de la vida estarán en otro plano, en otra dimensión– y no a las relaciones que se puedan mantener en la realidad terrenal. Además, el texto citado en Lucas nos confirma que son los ‘ángeles’ quienes son llamados b’ney Elohim, hijos de Dios, y que las personas en la eternidad adquieren una categoría similar.
Asimismo, hay distintos pasajes en la Biblia que demuestran que los ángeles (o seres celestiales) pueden tomar forma humana y cumplir las funciones fisiológicas como tales. En el Nuevo Testamento, en Hebreos 13:2 dice: “No os olvidéis de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”, y hospedar implica que se les da alojamiento, alimento y todo lo necesario para que una persona se sienta a gusto. Y es precisamente lo que nos muestran los siguientes ejemplos en las Escrituras Hebreas: en Génesis 18:1-33, el mismo Señor se apareció a Abraham con dos ángeles, con la apariencia de tres “varones”, y se sentaron, comieron y bebieron. Luego dos ángeles (malajim) se presentaron en Sodoma (19:1-22) y entraron en casa de Lot, se lavaron sus pies, comieron y bebieron, y se acostaron hasta el amanecer, y los hombres de Sodoma quisieron tener relaciones sexuales con ellos, porque en su aspecto y en sus capacidades físicas eran iguales a los seres humanos. Indudablemente, si estos ángeles encarnados hubiesen querido tomar mujeres, bien podrían haberlo hecho, independientemente de las consecuencias que les sobrevendrían por tal acto. Eran, a todos los efectos, varones.
Con respecto a estos episodios, en el Nuevo Testamento hay dos pasajes que establecen una comparación aludiendo a Génesis 6:1-4 y 19:4-11, y son los siguientes:
“Porque si Elohim no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que con cadenas de oscuridad los arrojó al tártaro, reservados para juicio; si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, un predicador de justicia, con otros siete, cuando trajo el diluvio sobre el mundo de los impíos; si condenó a la destrucción las ciudades de Sodoma y Gomorra, reduciéndolas a cenizas, poniéndolas de ejemplo para los que habrían de vivir impíamente después; si rescató al justo Lot, abrumado por la conducta sensual de hombres libertinos”… – 2Pedro 2:4-7;
“Y a los ángeles que no conservaron su señorío original, sino que abandonaron su morada legítima, los ha guardado en prisiones eternas, bajo tinieblas para el juicio del gran día. Así también Sodoma y Gomorra y las ciudades circunvecinas, a semejanza de aquéllos, puesto que ellas se corrompieron y siguieron carne extraña, son exhibidas como ejemplo al sufrir el castigo del fuego eterno”. – Judas 1:6-7.
En ambos textos se compara la conducta de los ángeles que pecaron antes del Diluvio con la de los sodomitas. Aquéllos abandonaron su “morada legítima”, “habitación” –la palabra en griego es οἰκητήριον, que implica el estado natural, auténtico, inalterado, de una persona–, estos ángeles renunciaron a su propia naturaleza para “seguir carne extraña”, y los sodomitas, “a semejanza de aquéllos”, es decir, de esos ángeles, también quisieron hacer lo mismo, sólo que en sentido opuesto, siendo esta vez los “b’ney Adam” que quisieron tener relaciones con los “b’ney Elohim”.

Hay quienes arguyen que los ángeles son seres espirituales asexuados. En verdad, no hay ningún fundamento bíblico para tal afirmación; por el contrario, las Escrituras nos indican que todo ser que tiene vida es en alguna manera macho o hembra, aunque no tenga capacidades reproductivas. El sexo no es solamente físico, sino que pertenece a la naturaleza completa de los seres vivientes, en cualquier nivel o dimensión, y no se limita a la función de engendrar. Los seres incorpóreos, empíreos, celestiales o como quiera que se los defina, no son la excepción. Si bien la mayoría de las veces se nos presentan como masculinos, hay casos en los cuales son entidades femeninas:

“Y en medio de ella, semejanza de cuatro hayyot. Y este era su parecer: semejanza de Adam en ellos” – Ezequiel 1:5.

La palabra traducida “animales” o “seres vivientes” es hayyot, la cual es un plural femenino –su singular es hayyah–, y corresponde a una orden celestial que es la contraparte femenina de los querubines (Ezequiel 10:20). La “semejanza de hombre”, como traducen algunas versiones, se debería expresar en manera más correcta como “semejanza humana”, o “adámica”, ya que no se refiere al varón sino a la especie, como hemos explicado anteriormente la definición de la palabra Adam. Cuando la Biblia especifica que se trata de un varón, se expresa con los términos hebreos “ish”, “geber” o “zakar”, no “Adam”.
Además de estos cuatro seres particulares, también nos habla de “mujeres” angélicas el Profeta Zacarías:

“Luego alcé los ojos y miré, y he aquí dos mujeres salían con el viento en sus alas; y tenían alas como alas de cigüeña, y alzaron el efa entre la tierra y el cielo” – Zacarías 5:9.

Estas dos “mujeres” que volaban pertenecen sin duda a una categoría de seres celestiales distinta de las hayyot, por lo cual entendemos que también en las esferas espirituales las diferentes órdenes de entidades tienen características que corresponden a las de varón y mujer.

Cerrando este paréntesis sobre “el sexo de los ángeles”, como se diría popularmente cuando se discute sobre alguna cosa inútil y sin sentido, el texto bíblico de Génesis 6:1-4 es claro y explícito acerca de quiénes serían los “b’ney haElohim”: seres de naturaleza no-humana. Esta había sido la única interpretación existente hasta inicios del siglo II EC, documentada en diversas obras literarias:
El Libro de Henoc, en sus capítulos 1 al 21, en la sección llamada “Libro de los Vigilantes”, describe la conjura de los ángeles al mando de Shemijaza y el castigo que recibieron por haber tomado mujeres humanas y haber concebido de ellas, siendo encerrados hasta el Día del Juicio en lo más profundo del abismo. Henoc es sin duda el principal escrito de referencia sobre este tema; era ampliamente aceptado durante el periodo del Segundo Templo, principalmente estudiado por la Comunidad de Qumran, y citado en el Nuevo Testamento, particularmente en los Evangelios, más que cualquier libro del TaNaJ –y en relación al episodio de los ángeles que transgredieron, su relato es acreditado por 2Pedro 2:4 y Judas 1:6– (ver: El Ciclo de Henoc).
Entre los Manuscritos de Qumran o Rollos del Mar Muerto, además del Libro de Henoc hay otras obras que relatan el acontecimiento de Génesis 6:1-4 en el mismo sentido, entre las cuales destaca el Libro de los Gigantes (1Q23–24; 2Q26; 4Q203; 4Q530-533; 6Q8), el Génesis Apócrifo (1Q20, 1QapGen), también llamado Historias de los Patriarcas o Apocalipsis de Lamec, el Libro de los Jubileos (1Q17-18; 2Q19-20; 3Q5; 11Q12) y otros fragmentos.
Asimismo, en el Talmud y algunos Targummim hay varias referencias que identifican a los b’ney haElohim con ángeles, y el Zohar, obra de Moshe de León (siglo XIII EC), ficticiamente atribuida a Shimon bar Yojai, contradice al anatema pronunciado por su presunto autor, afirmando que los b’ney haElohim son ángeles (1:25b; 1:37a; 1:58a; 3:208a), incluso cita los nombres de los dos jefes principales, los cuales son variantes de los mencionados en el Libro de Henoc.
La misma interpretación dieron los historiadores y filósofos de aquella época: Flavio Josefo (Antigüedades, 1.3.72-74), Filón de Alejandría, Eusebio y otros exégetas. Todos aquellos lectores, escribas y estudiosos, quienes leían los textos bíblicos en su propio idioma y conocían los conceptos y definiciones allí vertidos en cuanto eran los mismos con los cuales ellos se expresaban en su lenguaje habitual, concuerdan unánimemente en reconocer a los b’ney haElohim como seres no-humanos, de origen angélico.

Habiendo llegado a una conclusión en manera inequívoca acerca de la identidad de los b’ney haElohim, nos queda todavía indagar sobre la filiación de los Nefilim, pero antes de eso, trataremos de escudriñar acerca de los posibles motivos que condujeron a los hechos descriptos en Génesis 6:1-4, y para ello nos remontaremos al principio mismo de la humanidad. En primer lugar, conviene entender que el mundo antediluviano era totalmente diferente del nuestro, y no es acertado proyectar nuestra realidad actual hacia aquellos tiempos obscuros, de los cuales la humanidad sólo posee vestigios y mitos que se transmitieron desde los albores de la historia – los cuales hoy consideramos fruto de la imaginación de los antiguos.

Y ha-najash era astuto más que todos los seres vivientes del campo que había hecho YHVH Elohim, y dijo a la mujer: ‘¿Conque os ha dicho Elohim, «no comáis de todo árbol del huerto»?’ Y dijo la mujer a ha-najash: ‘Del fruto de los árboles del huerto comemos, mas del fruto del árbol que está en medio del huerto, dijo Elohim, «no comáis de él, ni lo toquéis, para que no muráis»’. Y dijo ha-najash a la mujer: ‘De muerte no moriréis; que sabe Elohim que el día en que comáis de él serán abiertos vuestros ojos y seréis como Elohim, conociendo el bien y el mal’. –Génesis 3:1-5–

¿Por qué no hemos traducido la palabra ‘ha-najash’? Porque admite distintos significados, y la asociación de este ser con un animal es sólo alegórica –además de comunicar un concepto limitado–. Cada una de las acepciones de este término es aplicable al personaje de este evento:
· 1) najash como substantivo: el significado más conocido es, obviamente, serpiente.
· 2) najash como derivado verbal: susurrar, encantar, adivinar, presagiar, predecir – persona que realiza estos actos.
· 3) najash como adjetivo: brillante, reluciente, como el cobre o el bronce, que en hebreo es nejóshet, propiamente por tener estas características.
Por lo cual, el pasaje de Génesis 3:1 podría traducirse sin alterar el texto, en las siguientes maneras:
· 1) “Y la serpiente era astuta más que todos los seres vivientes del campo que había hecho YHVH Elohim”.
· 2) “Y el susurrador / encantador / adivino era astuto más que todos los seres vivientes del campo que había hecho YHVH Elohim”.
· 3) “Y el brillante / reluciente / rutilante era astuto más que todos los seres vivientes del campo que había hecho YHVH Elohim”.
Todas las anteriores traducciones serían correctas. Evidentemente, sólo la primera de estas transmite la idea de que se trate de un animal, mientras que las demás dan a entender que es un ser de otra naturaleza.
De la misma manera, traducir “seres vivientes” es preferible y más correcto que “animales” – aunque la mayoría de las versiones han optado por éste último término como consecuencia lógica de haber elegido serpiente para najash. La palabra hebrea es “hayit”, la misma que encontramos en Ezequiel 1:5; 10:20, y que se refiere a seres semejantes a los querubines. Por lo tanto, esta misteriosa criatura que dialogaba con Eva era la más sagaz en un grupo de entidades que convivía en la Tierra con las demás especies, pero a diferencia de los animales, estos seres tienen intelecto. Esto parece algo irreal, inverosímil para el hombre moderno, pero más irreal es la idea de que un animal se dirigiera a la mujer hablándole en lenguaje inteligible y ella, lejos de sorprenderse, entable una conversación con el mismo. De hecho, para Eva era algo natural que esa clase de seres pudiera comunicarse normalmente con los humanos. También es ostensible que no era el único en su tipo que estaba presente en aquella realidad, sino que había muchos de ellos:

Expulsó, pues, a Adam; y al oriente del huerto del Edén puso querubines. –Génesis 3:24–

No dice que el Señor haya hecho descender del cielo a estos querubines, simplemente los puso como guardianes en el camino que conducía al árbol de la vida. Ellos ya estaban en la Tierra. Él mismo se presentaba en manera tangible: “Y oyeron la voz de YHVH Elohim que se paseaba en el huerto” –Génesis 3:8–, por lo cual la interacción entre el ser humano y las entidades superiores no estaba limitada como lo fue después del Diluvio y sigue siendo hasta hoy. Los querubines cumplían la función de vigilar, proteger –Ezequiel 28:14–, incluso en sus representaciones escultóricas –Éxodo 25:20– y el título que se da a los b’ney haElohim en el Libro de Henoc es de “vigilantes”, en hebreo “‛irim”, cuya forma singular, “‛ir”, encontramos en Daniel 4:13,23. Las Escrituras no nos revelan el motivo por el cual habría vigilantes en la Tierra, pero nos dan suficientes indicios de que sí los había.

En cuanto al ser viviente llamado najash, en las Escrituras –y no sólo, sino también en otras tradiciones de la antigüedad– está relacionado con una de las órdenes celestiales, idéntica o similar a la de los querubines: los serafines.

“Y envió YHVH entre el pueblo serpientes ardientes [ha-najashim ha-serafim] que mordían al pueblo, y murió mucho pueblo de Israel. Y vino el pueblo a Moisés y dijeron: ‘Hemos pecado, porque hemos hablado contra YHVH y contra ti, intercede ante YHVH que quite de nosotros estas serpientes [ha-najash]’. Y Moisés oró por el pueblo. Y YHVH dijo a Moisés: ‘Hazte una serpiente [saraf] ardiente y ponla sobre un asta; y acontecerá que todo el que sea mordido, al mirarla vivirá’. E hizo Moisés una serpiente de cobre [najash nejoshet] y la puso sobre un asta, y sucedió que si mordía la serpiente [ha-najash] a alguien, y éste miraba a la serpiente de bronce [najash ha-nejoshet], vivía”.
–Números 21:6-9–

“Te condujo en el desierto grande y temible, de serpientes ardientes [najash seraf], escorpiones, y tierra árida, donde ningún agua había, y [Él} te sacó agua de la roca del pedernal”.
–Deuteronomio 8:15–

“Él [Ezequías] quitó los altares, y quebró las imágenes, y taló la Asherah, y quebró en pedazos la serpiente de bronce [najash ha-nejoshet] que había hecho Moisés, porque hasta aquellos días los hijos de Israel le quemaban incienso, y la llamó “nejushtan” (cosa de cobre)”.
–2Reyes 18:4–

“No te alegres tú, Filistea toda, por haberse quebrado la vara del que te hería; pues de la raíz de la serpiente [najash] saldrá una víbora, y su fruto será serpiente [saraf] voladora”.
–Isaías 14:29–

“Carga de las bestias del Negev: Por tierra de aflicción y de angustia, de donde salen la leona y el león, la víbora y la serpiente [saraf] alada…”
–Isaías 30:6–

En los pasajes anteriores podemos notar la similitud entre “serpiente” (najash) y “cobre” (nejoshet), y lo más interesante, la relación entre najash y saraf, palabras que en varios casos se mencionan juntas, una complementando a la otra (najash saraf – Números 21:6; Deuteronomio 8:15), donde “saraf” indicaría una variedad de serpiente, llamada “ardiente” –en cuanto el verbo saraf significa quemar, quizás con el sentido de brillante como el fuego, o en referencia a su mordedura, que literalmente “quema” por el veneno–, o bien como sinónimos, omitiendo najash, la palabra saraf es traducida como serpiente, con la característica de ser alada o voladora (Isaías 14:29; 30:6). En Isaías se mencionan otros seres que son alados y ardientes:

“Arriba de él había Serafines [serafim], seis alas tenían cada uno de ellos, con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban”. –Isaías 6:2–

Esta orden de seres celestiales se denomina de la misma manera que un animal de la tierra, y a su vez tiene características muy parecidas a las de los querubines y de las hayyot: todos ellos tienen aspecto humano, todos vuelan, todos están entorno al trono del Eterno, todos son protectores, guardianes, vigilantes. En sentido estricto, no son ángeles (malajim), pertenecen a otra categoría, pero al igual que éstos últimos, también pueden comunicar con el ser humano – aunque en el caso de Isaías sea a través de una visión.
Así, podríamos parafrasear Génesis 3:1 de la siguiente manera:

“Y el serafín era astuto más que todos los seres vivientes del campo que había hecho YHVH Elohim”.

Por otra parte, najash también representa una habilidad particular:

“¿No es esta en la cual bebe mi señor, con la cual adivinando adivina [najash najash]? Obrasteis mal en lo que hicisteis”.
“Y les dijo Yosef: ‘¿Qué obra es esta que habéis hecho? ¿no sabéis que adivinando adivina [najash najash] un hombre como yo?” –Génesis 44:5,15–

“Porque no hay encantamiento [najash] en Jacob, ni adivinación en Israel”. –Números 23:23–

“Si muerde la serpiente [najash] al no ser encantada [lajash], tampoco hay ganancia para el lenguaraz”. –Ecclesiastés 10:11–

¿Quién salió al encuentro de Eva en el huerto de Edén? El serafín, el susurrador de aspecto reluciente, maestro en el arte de adivinar. Con su destreza para presagiar, aseguró a la mujer que no morirían, y que adquirirían un conocimiento que hasta ese momento les era oculto.
Sin embargo, la maldición de Elohim recayó sobre la serpiente animal, la que se arrastra por la tierra (Génesis 3:14). ¿Por qué motivo, si quien engañó a la mujer fue un ser angélico? La serpiente ya debía ser tal como es ahora, un animal sin extremidades para caminar o aferrarse, ni alas para volar, ni aletas para nadar: simplemente fue elegido por sus características para representar materialmente a aquél ser que había cometido el delito, así como el macho cabrío toma el lugar de Azazel (Levítico 16:8,10,26) – uno de los vigilantes, el cual, según la literatura de Henoc, fue quien enseñó a los hombres el arte de la guerra, de fabricar espadas y armas, y a las mujeres el arte de la seducción, a teñirse el cabello y maquillarse, y les instruyó en la adivinación y sortilegios. De la misma manera, el cordero fue elegido para los sacrificios, propiciando la redención. Tanto la serpiente, como el macho cabrío, como el cordero, no se representan a sí mismos, sino que son figura, alegoría de realidades espirituales.

Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu simiente y la simiente suya, él te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” –Génesis 3:15. Ésta no es una promesa mesiánica, es sólo un enunciado de una situación que perdura en el tiempo mientras la humanidad exista: el hombre, para dominar o matar a cualquier serpiente debe tomarla por la cabeza, mientras que la serpiente, debido a su condición, sólo puede atacarlo por los pies. Éste es el significado de esa palabra, representa un recuerdo, un memorial de aquél evento primigenio, así como hasta hoy nos vestimos porque desde entonces la desnudez es vergüenza, y como el arco iris evoca el Diluvio. Ésta determinación sobre la serpiente es tan literal como la que fue pronunciada sobre la mujer, que tendría dolores de parto, y sobre el hombre, que debería esforzarse en trabajar para vivir. No hay ningún mensaje cifrado, ni se insinúa alguna esperanza de redención en esa declaración.
Por otra parte, la serpiente real, el serafín que instigó a Eva a comer del fruto, solamente hizo eso. Es ridícula la afirmación de quienes suponen que tuvo también relaciones sexuales con ella – aunque otros seres empíreos sí lo hayan hecho después con las descendientes de Eva, y por eso fueron encarcelados. Las Escrituras dicen en manera clara e inequívoca que “Adam conoció [sexualmente] a Eva, su mujer, y ella concibió y dio a luz a Caín… y seguidamente a su hermano Abel” (Génesis 4:1-2), siendo ambos mellizos. La serpiente, el serafín del Edén, se limitó a tentar a la mujer a desobedecer a Elohim, ese era su objetivo y lo alcanzó. No engendró ni a Caín ni a nadie. De haber sido así, la misma aserción de Génesis 3:15 carecería de sentido, puesto que contrapone la generación de la serpiente a la de la mujer, no a la del marido de ella. La mujer no tuvo ninguna descendencia en común con la serpiente, ambas simientes se excluyen mutuamente. Por otra parte, siendo el más astuto de los seres vivientes, el clarividente por excelencia, sabía qué castigo le habría sido impuesto si hubiese hecho tal cosa, y hoy estaría recluido en las profundidades del abismo esperando el Día del Juicio.

¿Era esta serpiente, o serafín, un ser real? Hay quienes interpretan que es solamente una figura, una personificación del “yetzer ha-rà”, la inclinación al mal, intrínseca en todo ser humano, y, por ende, el tentador “najash” estaba dentro de Eva misma, quien lo despertó también en su marido, invitándolo a la desobediencia. La naturaleza concreta de los otros referentes edénicos –es decir, ríos, árboles, animales, etc.– muestran que reputar a la serpiente como representación del impulso maligno es insostenible. El hecho de que se le atribuyan cualidades personales –habla, inteligencia, capacidad ética– y sea una entidad sujeta al juicio divino, impide tratar a la serpiente como una metáfora. Tal interpretación es incompatible con los datos textuales.

Entendemos, por lo tanto, que en la era antediluviana habitaban la Tierra no solamente seres humanos sino también otras entidades inteligentes, que en su esencia etérea se llaman serafines, querubines, ángeles y de otras maneras, y que por su competencia se definen como vigilantes, los cuales poseían corporeidad y también podían comunicarse con los humanos. Las Escrituras no nos informan el motivo por el cual estarían estos seres en la Tierra, ni cuál era su misión, excepto la que fue asignada a unos querubines para custodiar el camino al Árbol de la Vida. La presencia en el Edén de una “serpiente” –un serafín– que inicia una conversación con la mujer era parte de ese orden establecido, puesto que nada estaría fuera de la voluntad de Elohim. La naturalidad con la cual la mujer le responde daría lugar a conjeturar la posibilidad de que aquella no haya sido la primera vez que se habrían encontrado, aunque esta deducción es sólo una hipótesis. Obviamente, el personaje en cuestión era ya un príncipe del mal, un “ángel caído” en el sentido moral del término, sin embargo, había sido puesto allí por el Creador. Y así como él, había otros “hijos de Elohim” – aunque el Libro de Henoc dice que descendieron, en Génesis daría a entender que ya estaban en la Tierra cuando vieron a las hijas de los Adam y las codiciaron. ¿Cómo podrían seres llamados “b’ney haElohim” haber hecho tal cosa, siendo santos, y con qué propósito? El título de “b’ney haElohim” bien puede referirse a quienes ellos eran hasta el momento en que cayeron (cuando vieron a las “b’not haAdam” todavía conservaban su integridad, hasta que las desearon), aunque, como vemos en Job 1:6; 2:1, “entre ellos estaba también Satán”, por lo cual el calificativo puede aplicárseles independientemente de sus cualidades morales. Por qué experimentaron un sentimiento tan humano, es un misterio, sin embargo, en Job 4:18 leemos: “¡Atención! En sus siervos no confía, y a sus ángeles atribuye arrogancia”, por lo cual podemos discernir que su estado actual no es aquél con el cual fueron creados, si es que fueron hechos perfectos desde el principio… Si los seres humanos después de la resurrección seremos “como los ángeles en el cielo” (Mateo 22:30; Marcos 12:25; Lucas 20:35-36), ¿fueron los ángeles siempre ángeles, o son también seres redimidos de alguna humanidad que nos precedió? Y si así fuera, ¿podrían estos vigilantes haber añorado tiempos pasados? Estas reflexiones son claramente hipotéticas, suposiciones, intentando dar alguna explicación al alcance de nuestra mente, ya que con certeza no es posible conocer las causas del comportamieno ni los sentimientos de estas entidades. Es la evidencia exegética que nos indica que se trata de seres angélicos, y que los efectos de sus actos afectaron a toda la humanidad, corrompiéndola al extremo. Indudablemente, la contaminación que produjeron fue fundamentalmente genética: “cuando entraron los hijos de Elohim a las hijas de Adam, y les engendraron a los potentes, los cuales desde la antigüedad [fueron] varones de nombre” (6:4) – la progenie de esta mezcla no eran seres humanos normales, sino “gibborim”, palabra a veces traducida como “gigantes”, aunque su significado específico es más bien “potentes, poderosos, valientes, héroes”, si bien la Septuaginta traduce “γίγαντες”, tanto este término como Nefilim. Asimismo, en la literatura de Henoc se los describe como de gran estatura. Independientemente de su aspecto físico, los seres engendrados por estas uniones ilícitas se destacaban por su enorme fuerza y sus obras portentosas, por encima de las capacidades normales del ser humano.

Hasta ahora habíamos omitido en el texto citado una determinación divina, que está en el verso 6:3, y que continúa en el 6:5, en adelante:
Y dijo YHVH: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne: mas serán sus días ciento veinte años. … Y vio YHVH que era grande la maldad de los hombres en la tierra, y que toda intención de los pensamientos de su corazón era solamente siempre el mal” –Génesis 6:3,5–.
Si bien los causantes de la calamidad moral fueron los b’ney haElohim, el juicio divino recayó sobre la humanidad. El énfasis en la motivación está en la expresión “porque ciertamente él es carne”: ¿qué nos indicaría esta declaración, sino que el hombre se proponía escalar hacia una naturaleza superior? Al ver las mujeres que sus hijos eran notablemente más fuertes como resultado de la alteración genética, es probable que la ambición en los humanos de transformarse en seres híbridos haya llegado a ser la práctica generalizada, y “toda intención de los pensamientos de su corazón era solamente siempre el mal”. El hecho de que sucesivamente Elohim haya incluido a los animales en Su sentencia (6:7) nos da una idea de la magnitud que había alcanzado la perversión del hombre, quizás involucrándolos en experimentos de hibridación, violando la orden de multiplicarse según su especie, emitida en Génesis 1:21,24,25.

Noé, varón justo, perfecto en sus generaciones; con Elohim caminó Noé. –Génesis 6:9–

Noé es considerado “perfecto en sus generaciones” ¿Qué significa esto exactamente? El término hebreo aquí es “tamim”, el mismo que se aplica a los animales que debían ser ofrecidos “sin defecto” (Éxodo 12:5; Levítico 1:3,10; 3:1,6, etc.), sin alguna mancha ni siquiera en su pelaje. Pero Noé tenía esta característica “en sus generaciones”, es decir, era genéticamente puro, no había entre sus ancestros nadie que se hubiera contaminado con los b’ney haElohim, ni con los Nefilim. Esta expresión es clara: Noé pertenecía a un linaje sin mezcla, humano 100%. Así también se le ordenó seleccionar animales “según su especie” (6:20), sólo aquellos que no habían sido alterados en su naturaleza.

¿Quiénes eran los “Nefilim”?

Los Nefilim estaban en la tierra en aquellos días –y también después de esto–, cuando entraron los hijos de Elohim a las hijas de Adam, y les engendraron a los potentes, los cuales desde la antigüedad [fueron] varones de nombre. –Génesis 6:4–

Por último, en este controvertido relato, además de los “hijos de Elohim” y las “hijas de Adam”, encontramos otro grupo denominado Nefilim. ¿Son ellos los mismos b’ney haElohim, son la progenie de éstos, o son alguna otra especie de seres que habitaban la Tierra? ¿Desde cuándo estaban presentes en medio de la humanidad?
El vocablo “nefilim” aparentemente proviene del verbo caer, en hebreo “nafal”, y, por ende, el significado más apropiado sería “caídos” –y con esta acepción hallamos esta palabra escrita con las mismas letras, aunque su vocalización es diferente (noflim) en varios otros pasajes bíblicos (Deuteronomio 22:4; Jueces 7:12; 1Samuel 31:8; 1Crónicas 10:8; 2Crónicas 20:24; Ezequiel 32:23,27) –, lo cual podría dar a entender que son seres que cayeron “del cielo” –figurativamente, así como la caída de Adam, también la de ellos no sería física sino moral– o bien el término implica violencia, que se lanzan, se arrojan, con la intención de atacar. En la mayoría de las versiones, así como en la Septuaginta, se traduce “gigantes” – solamente en Números 13:33 hallamos esta palabra con ese sentido: “y allí vimos a los Nefilim, hijos de Anac, de los Nefilim, y parecíamos nosotros como langostas, así les parecíamos a ellos”. Éste pasaje, a su vez, suscita un interrogante: ¿Había Nefilim también después del Diluvio? Podemos responder con certeza que no: los espías israelitas solamente estaban expresándose con hipérboles para dar una idea del temor que inspiraban esos habitantes de Canaán, comparando a ellos con los Nefilim, y a sí mismos con langostas – cuando hay dos términos en una comparación, o son ambos literales o son ambos metafóricos, y obviamente ellos no se veían realmente como langostas, simplemente eran notablemente más bajos de estatura que aquellos. Tiempo después, cuando los israelitas conquistaron la tierra, tuvieron que enfrentarse a algunos hombres de porte imponente, cuya altura era superior a la normal (Deuteronomio 2:20,21; 3:11; 1Samuel 17:4-7; 2Samuel 21:16-22; 1Crónicas 11:23), por consiguiente, el informe de los espías no debe entenderse literalmente. Por lo tanto, carecen de sentido las teorías sobre la posible supervivencia de los gigantes antediluvianos tomando como base el texto de Números 13:33. Lo que sí nos indica este pasaje es que aquellos antediluvianos podían ser, efectivamente, gigantes, pues existía en la percepción colectiva de los israelitas esta imagen – y no sólo de los hebreos, sino de los pueblos antiguos en general. Noé y sus hijos hablaron a sus descendientes acerca de la realidad que existía en el mundo antiguo, y así las generaciones sucesivas fueron elaborando sus propios relatos, dando lugar a la mitología de cada pueblo: seres como los anunnaki de los sumerios, los titanes de los griegos, los jötnar y þursar de los nórdicos, los nart de los pueblos caucásicos, etc. son distintas versiones de “los potentes, los cuales desde la antigüedad [fueron] varones de nombre” (Génesis 6:4). En muchas de estas tradiciones se adscribe el origen de estos seres al fruto de uniones entre dioses y humanos. Por ejemplo, los titanes de la mitología griega serían hijos de Uranos (el cielo) y Gaĩa (la tierra), y otros como Hēraklḗs, hijo de Zeus y Alkmênê, una mortal. Es quizás la influencia de los conceptos griegos que atribuyó a este tipo de personajes el calificativo de “gigantes”, ya que en otras mitologías se destaca el carácter agresivo y terrible más que su tamaño corporal, como los jötnar y þursar de las leyendas nórdicas, los cuales son enemigos de los dioses y de los humanos y se preparan para combatir la batalla final, el Ragnarök –por ese motivo el paraíso nórdico era destinado a todos los caídos en acciones bélicas, quienes además de gozar de distintos placeres seguían practicando la guerra como actividad principal, porque debían entrenarse para ayudar a los dioses en el enfrentamiento final–. De este modo, la existencia de aquellos varones de renombre de la antigüedad fue transmitida en diferentes versiones a través de las tradiciones de cada pueblo.

La aserción “los Nefilim estaban en la tierra en aquellos días, y también después de esto” no es de fácil comprensión, al no ser del todo precisa la circunstancia a la cual se refiere la expresión “v’gam ajarei-ken” –y también después de esto–, y aunque la frase precedente, “estaban en la tierra en aquellos días”, pareciera sugerir que ya se encontraban presentes cuando los b’ney haElohim tomaron a las b’not haAdam, tal indicación estaría fuera de contexto si no aludiera a los eventos anteriormente mencionados que provocaron la indignación del Eterno. Si bien, como se ha dicho, el término “nefilim” conlleva el significado de “caídos” y podría sugerir que, así como había ángeles vigilantes también habría entre ellos de los réprobos –como la “serpiente” del Edén–, no parece que sea esa la interpretación más adecuada, aunque se podría también conjeturar que, cuando los “ángeles caídos” que estaban sobre la tierra vieron lo que los b’ney haElohim hicieron, ellos los hayan imitado.
Sin embargo, considerar que dicha expresión es parentética es más consistente con el contexto del capítulo, y equiparar de esta manera a los Nefilim con aquellos héroes de la antigüedad que surgieron como resultado de las uniones ilícitas de los vigilantes con las mujeres parece más congruente.

Conclusión

El mundo antediluviano era muy diferente al nuestro: la Tierra tenía otras características, la atmósfera y el clima eran distintos, los seres humanos eran mucho más longevos y la idea de que convivieran con otros seres inteligentes, aunque hoy nos parezca inconcebible, es lo que se vislumbra no sólo en el Génesis de la Biblia –y en la literatura hebrea del Segundo Templo– sino también en las antiguas leyendas de cada pueblo, y en sus mitologías, en las cuales abundaban aquellos “varones de renombre de la antigüedad”, los cuales eran también a veces considerados semidioses. La exégesis bíblica no da lugar a las teorías que niegan el conocimiento de aquellos estudiosos de las Escrituras y de la historia, tales como los esenios de Qumran, Josefo, Filón y otros escritores, cuya interpretación era unánime. Fueron los prejuicios religiosos de algunos los que posteriormente generaron la duda sobre lo que las Escrituras expresan claramente.


 

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